Podría ser la escena culminante de un telefilme americano. El chico popular, confinado en una silla de ruedas por culpa de un accidente. Es el día de la graduación. Brilla el sol. Hay banderas al viento y suena un himno. Los familiares invitados, vestidos como para un bautizo, miran emocionados hacia el escenario. El decano de la universidad recita, uno tras otro, los nombres de los graduados que suben a recoger sus diplomas. Cuando se oye el nombre del chico popular, del estudiante de la silla de ruedas, todos contienen la respiración. Entonces, el milagro... se levanta y recorre los metros que le separan hasta el micrófono caminando. Lágrimas, birretes al viento, música pop dulzona para celebrar. Después, un flashback. Ahí es donde entra en escena Homayoon Kazerooni, que tiene nombre de héroe de videojuego, pero sus hazañas son muy reales. Y mucho más edificantes que las de un campeón del League of Legends.
Kazerooni es uno de los mayores expertos del mundo en exoesqueletos. Él fue, de hecho, quien diseño el que llevaba Austin Whitney cuando recogió su diploma de graduación en la universidad de California Berkeley en 2011. Aquel pequeño milagro llegaba tras más de 30 años de investigación ininterrumpida y muchas pruebas previas. Kazerooni es director del Laboratorio de Robótica e Ingeniería Humana de Berkeley y fundador de suitX, compañía que comercializa Phoenix, el primer dispositivo mecánico de este tipo realmente ligero y asequible. Este exoesqueleto permite a personas con movilidad reducida abandonar la silla de ruedas y caminar de nuevo gracias a los motores que incorpora en las caderas. Los usuarios pueden controlar el movimiento de cada pierna y caminar a una velocidad de 1,7 kilómetros por hora pulsando botones integrados en las muletas. Phoenix es regulable en altura, tiene ocho horas de autonomía y puede enviar datos a un dispositivo móvil (smartphone o tablet) para ajustar su funcionamiento al paciente.
Aunque el precio de este exoesqueleto es sensiblemente inferior a otros que también se están desarrollando por distintos equipos de investigación, Kazerooni confía en continuar reduciendo costes y hacerlos más ligeros. Porque está convencido de que estos robots tendrán un gran crecimiento en los próximos años, no sólo para resolver problemas médicos, sino también para asistir a trabajadores obligados a realizar grandes esfuerzos físicos con riesgo de lesiones. Afortunadamente, al contrario de lo que sucede en las películas, la vida no termina con un rótulo anunciando “The end”. Lo mejor de los aportes de Homayoon Kazerooni está todavía por llegar.
Texto: José L. Álvarez Cedena
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