Los alucinantes Microtugs.



     Una de las aspiraciones humanas reflejadas en casi todas las obras de ciencia ficción es la de poseer robots que trabajen por nosotros. Máquinas, más o menos inteligentes, que nos eviten las tareas peligrosas, repetitivas o, sencillamente, incómodas. Tal vez cuando llegue ese momento el ser humano pueda dedicarse a cuestiones arbitrarias y poéticas. Y tal vez entonces también el mito de la productividad se desinfle dejando paso a otros índices para medir eso que denominamos progreso. Los trabajos de David Christensen, investigador de la universidad de Stanford, pueden ayudar a dar un paso de gigante en el campo del trabajo robótico. Porque los suyos son robots pensados para hacer cosas. Cosas útiles.

     En su caso, la utilidad alcanza cotas de pasión. Así lo describe él mismo en su presentación de Linkedin, donde elude sus muchos méritos profesionales para definirse como alguien “apasionado por entender cómo funcionan todas las cosas. Mis intereses van desde la ingeniería al mundo de los negocios, de la robótica a la biomecánica, de las manufacturas a la cocina, y de los sensores a la fontanería. La clave que une todo es el deseo de entender cualquier materia y hacer nuestros esfuerzos más eficientes”. Sus esfuerzos en estos momentos están puestos, precisamente, en el desarrollo de unos robots asombrosos. Unos enanos forzudos de apenas un par de centímetros que son capaces de mover el equivalente a 2.000 veces su peso. Algo así como si un hombre de 70 kilos arrastrara sin ayuda una ballena azul, el animal conocido más grande que jamás haya poblado nuestro planeta.

     Christensen revela que las ideas para estos robots hipermusculados proviene de la observación de la naturaleza: hormigas, arañas y muchos otros insectos nos asombran con su fuerza. Uno de estos animales son los gecos, familia de lagartos (como la salamanquesa) capaces de trepar por cualquier superficie. Christensen ha imitado la tecnología biológica de las patas de estos reptiles para adaptarlas a sus robots y el resultado es asombroso: pequeños mecanismos que pueden trepar por paredes y techos levantando un peso 100 veces superior al suyo. El próximo reto será conseguir que, al igual que hacen muchos insectos, los robots sean capaces de realizar trabajos de forma colaborativa en misiones de rescate o tareas de ingeniería.


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